Esta soy yo…
Llegaron mis 34 años mientras tomaba un avión para volver a México. No hace falta mañanitas ni pastel. No hacen falta cajas con envoltura. Soy la peor con las fechas, así como me olvido de otros cumpleaños me olvido del mío, pero este año no.
¿Qué te digo París? Te seleccioné como aquella ciudad donde podría esconder mi ser entre tus calles y hermosos palacios, puentes, laberintos, museos, rincones nocturnos, tú subterráneo o mercados. En ti quería olvidarme de todo y sólo concentrarme en observar la vida que pasa volando cada día, así como tu río Sena que nunca se detiene y sigue fluyendo. Aquí en tu ciudad, mi París querido, recordé la importancia de la amistad, cuando como gota a gota fueron llegando mis amigas y compañeras de la vida. Mujeres hermosas y bellas en todos los sentidos. Cómo gotero de amor para mi corazón frío, casi congelado por ese invierno tan rudo y cruel que congeló mis tobillos todo el viaje, pero no importa. No importa porque nunca dejamos de caminar y tirar para adelante. No importa porque la luna miraba y nunca estábamos solas.
Así nos lo permitimos todo. Fuimos mujeres y fuimos niñas. Entramos a todas las tiendas que nos dio la gana. Desde aquellos palacios absurdos pero hermosos a la vez donde uno deja la vida con tal de tener una bolsita hasta los refugios de aquellas prendas vintage llenas de espíritu e historias pasadas. Así viví uno de mis sueños y recorrí el Museo Louvre, donde en lugar de observar a la Monalisa miré cómo cientos de personas la veían o más bien se tomaban selfies. Lo que más amé fue encontrar aquellos personajes en las pinturas que no dejaban de mirarme. Sí que somos un caso. Sí que somos chistosos. Y amo a la humanidad. Amo el arte.
Así nos desvelamos cómo hace tanto que no lo hacía. Comimos todos los postres. Escuchamos jazz con los ojos cerrados. Rascamos en los cielos subiendo las escaleras del Pompidou para mirar un atardecer y escondernos entre estambre de colores. París: eres testigo de nosotras riendo y llorando de la emoción frente a la Torre Eiffel. Y cómo no llorar si en este lugar tantas personas han entregado un momento de emoción infinita. Y nunca nos cansamos de comer crêpes. Vida, me trajiste a mis amigas para celebrar mis 34 años durante una semana. No hubo un día en que no comiéramos Crème brûlée. No hubo un día en que no tomáramos vino. Todo eso acaloraba mi corazón. Todo eso empalagaba mi paladar pero nunca me cansé.
Qué bien entrar a la librería, escuchar Mozart en la iglesia de la Madeleine. Qué bien beber cerveza y comer caracoles. Siempre me incomoda por ellos pero no lo puedo evitar, los amo. Qué bien caminar infinito, perdernos sin sentido. Qué bien hablar de todo menos de hombres. Me dio gusto saber que todas son felices con sus parejas y que las solteras lo lleven tan bien y por mi parte, simplemente guardar silencio y tragar mas vino de la cuenta hasta pararme de la mesa mareada. Qué bien abrir puertas, cualquier puerta y entrar para investigar todos esos mundos que escondes París. Qué bien encontrar murales que hacen llorar. Y El sagrado corazón: no pude evitarlo, llegamos a ti a las 3 de la mañana pero quería tanto mirarte y desde ahí mirar tan hermosa ciudad que no lo pude evitar y las lágrimas de emoción que salieron sin control, salieron sin pena salieron, y brotaron sin avisar. Si, una y otra y otra más hidrataron mis mejillas y mi pecho porque así se me fueron escurriendo por abajo de tanta ropa. París: tú eres testigo de que caminé con el corazón totalmente abierto. El vacío se llenó de aliento y de suspiros. De emoción y cantos ocultos en mi mente. Mientras pasa todo esto, recorro mi vida en pensamientos y me emociono. Mi propia playlist de boleros en París, nada que ver pero que importa. Escucho música. La música que me da la gana. Sólo para mi. Y me escondo de mi misma tomándome la libertad de decir por todo lados que mi nombre es Édith Piaf.
Ahora me toca dejarte y tomar este avión. Me toca volver a mi vida que es una belleza y también algo que me toca vivir de una manera muy intensa todos los días. Me toca conectarme al mundo y encender el teléfono. Hay cosas muy bellas que esperan y no termino de dar las gracias por tanto. Vida. Gracias porque tengo unas amigas maravillosas que me acompañaron esta semana y gracias porque al final de este viaje tuve la oportunidad de caminar conmigo misma en tan hermoso lugar. Con mi propio silencio a mi propio ritmo. No me importó el frío porque la cantidad de vida que se observa en París llena de calor el alma.
Me toca volver a mi país para irme de nuevo, regresar después y volver a irme. Pero no importa porque estoy viviendo mi sueño. Y cada día lo agradezco al despertar. Viva la vida. Y que venga un Año Nuevo para seguirla viviendo intensamente y plenamente. Lo más que se pueda. Con libertad de alma y espíritu. Mi eterna búsqueda vida mía.
¡Llegaron los 34, felices 34!
Este año no tengo deseo para pedir porque todos se me han cumplido. Ahora siento que necesito meditar nuevos deseos. Sí, qué fortuna. Definitivamente qué fortuna.
Ahora más bien entrego este momento porque no sé para dónde voy ni para dónde vamos pero no importa vamos bien, he dado lo mejor que he podido y yo, sí que voy contigo vida mía así como fui con París. Que se difuminen mis pasos en tantos caminos.
Sigamos para adelante.
Gracias. Gracias. Gracias a la vida.
Natalia Lafourcade